14 de junho de 2023

Engáñame que me gusta: IA en la era de la posverdad

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Omnipresente, la Inteligencia Artificial (IA) es la actual reina de las noticias. Entre los apocalípticos predicando su regulación y los integrados vendiendo sus maravillas, la innovación tecnológica del momento ya tiene una nueva función: potenciar las fake news.

Los sistemas basados ​​en IA se están utilizando con éxito no solo para crear textos falsos muy convincentes, sino, lo que es más importante, para facilitar la creación de imágenes no auténticas (fotos y películas) con gran detalle y precisión. Son simulaciones cada vez más perfectas, capaces de engañar no solo al ojo humano, sino incluso a la propia máquina. ¡Más aún a mi tía y su grupo de amigas del bingo!

En un estudio realizado hace dos años, los investigadores de la Universidad de Sungkyunkwan en Suwon, Corea del Sur, utilizaron deep fakes para intentar ‘engañar’ a las aplicaciones de reconocimiento facial y lograron un éxito de hasta el 78 %. Es decir, ese viejo cliché de que una imagen vale más que mil palabras: en lo que depende de la IA, parece que se va a jubilar.

Para aquellos a los que ya les da escalofríos imaginar un escenario en el que sería imposible diferenciar lo real de lo falso, la buena noticia es que la ‘vacuna’ para la posverdad de las imágenes existe y tiene su origen en… la tecnología. Con el uso de NFT’s, tokens criptográficos únicos basados ​​en blockchains, es posible certificar la autenticidad de una imagen y/o un documento o archivo de forma (hoy) irrefutable. De hecho, las NFT, en comparación con las IA modernas, son bastante antiguas y asequibles.

Bueno, es en este punto cuando te preguntas: pero, si existe una forma segura de certificar la veracidad de las imágenes, ¿por qué esta práctica aún no es estándar? ¿Por qué las fotos que saco con mi modernísimo smartphone, que ya contienen una serie de datos como ubicación, fecha y hora, no incluyen también este NFT? Y luego el autor responde: buena pregunta…

Lo que parece bastante claro por el momento es que no habrá un clamor popular exigiendo este tipo de solución. Y eso no solo porque mi tía (la del bingo) no tiene la menor idea de lo que es una deep fake o un NFT, sino, además, porque las noticias falsas (así como el viejo chisme) son el entretenimiento favorito de muchas personas. Son emocionantes, controvertidos y sorprendentes. No es de extrañar que se vuelvan virales tan fácilmente en las redes sociales.

Mejor aún. Generados exactamente para satisfacer los deseos y la visión del mundo de grupos específicos, conllevan lo que los psicólogos llaman sesgo de confirmación. En definitiva, tendemos a valorar más los contenidos que reafirman nuestras teorías y conceptos preestablecidos. Y que cobran más fuerza si nos ayudan a sentirnos parte de un grupo, el de los que conocen la ‘verdad’ que los demás desconocen. Incluso si es una mentira. Bueno, al fin y al cabo, como diría Nelson Rodrigues al defender a Fluminense, su equipo favorito, como el mejor del mundo “(…) me puedes decir que los hechos prueban lo contrario, y te respondo: peor para los hechos”.

Bueno, si el receptor final acepta como verdaderas las noticias falsas basadas en contenido mucho menos sofisticado, fácilmente desenmascarable con una simple búsqueda en Internet, ¿por qué se preocuparían en instalar una tecnología para detectar deep fakes?

Aquí está el quid de la cuestión. Si el gran público no reclama una solución, o si las grandes empresas tecnológicas siguen lavándose las manos con los contenidos que distribuyen y buena parte de los líderes políticos acaban beneficiándose con este escenario, ¿estamos destinados a un futuro en el que la realidad y la ficción serán lo mismo?

Como eterno optimista, sigo prefiriendo creer que no. Pero para que eso suceda, cualquiera que todavía esté preocupado por los riesgos de la posverdad debe comenzar a moverse. Así como hoy exigimos un compromiso socioambiental a las empresas y organizaciones, con enfoques como ESG, necesitamos buscar un compromiso público y amplio con la verdad, al menos en el sentido que tuvo hasta finales del siglo pasado.

Sé que esto todavía puede sonar raro. Muchos de los que crecimos en un mundo anterior a las redes sociales consideramos que no mentir es la base de cualquier relación ética. Pero, lamentablemente, parece que esto se ha vuelto algo pasado de moda.

 

GUILHERMO BENITEZ

Periodista con 30 años de experiencia en comunicación corporativa. Especialista en planificación estratégica, storytelling, gestión de crisis y análisis de tendencias. Se desempeñó durante 12 años en la dirección de XPress (actualmente XCOM) y, desde 2013, es socio y director de Engaje! Comunicación. Lideró proyectos de relaciones públicas emblemáticos como el lanzamiento de la campaña Beleza Real para Dove y la marca Quem Disse Berenice, para el Grupo O Boticário, además de la redefinición de los cruceros marítimos en Brasil para Royal Caribbean. Su experiencia también incluye trabajos para marcas como AWS, Tigre, BRF, Unilever (alimentos), Nissan, Land Rover, Yahoo, Embratel, Danone y Faber-Castell.

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