El tercer sector es esencial
En 1968, Garrett Hardin acuñó una de las metáforas más influyentes del pensamiento ambiental y político: la “tragedia de los comunes” (tragedy of the commons, expresión equivalente en español a bienes comunales o recursos compartidos). En un artículo publicado en la revista Science, describió un pastizal colectivo donde cada criador de ganado, en su afán por maximizar el beneficio individual, añadía un animal más – hasta que el pastizal colapsaba. Para Hardin, la lógica del interés individual, cuando se aplica a recursos compartidos, conduce inevitablemente a la destrucción colectiva. ¿La solución? Imponer restricciones externas: ya sea el control estatal o la privatización.
Décadas después, Elinor Ostrom, Premio Nobel de Economía, ofreció una respuesta contundente. A partir de estudios de campo en diversas comunidades del mundo, demostró que los bienes comunes – como el agua, los bosques, los sistemas de riego o la pesca – pueden gestionarse colectivamente con éxito, siempre que existan instituciones locales sólidas, reglas claras y mecanismos eficaces de supervisión y resolución de conflictos. Ostrom no solo refutó el fatalismo de Hardin, sino que restituyó a la comunidad su papel como protagonista legítimo y eficaz de la gobernanza.
Este debate es clave para comprender el papel de las organizaciones del tercer sector en la sociedad contemporánea. En un contexto marcado por crisis ambientales, desigualdades en el acceso a bienes esenciales y la emergencia de nuevos bienes comunes digitales (como los datos, las redes o el conocimiento), las ONG, los colectivos, los institutos y las fundaciones actúan como guardianes y mediadores de los comunes. Construyen puentes entre el conocimiento técnico y el saber comunitario, entre la urgencia de la acción y la ética de la solidaridad.
Sin embargo, la descalificación de la acción colectiva y el alejamiento radical del sector privado de los debates sobre los bienes comunes generan efectos perjudiciales. Por un lado, se desacredita la capacidad de autogestión y cooperación de las comunidades; por otro, se convierte al mercado en un mero antagonista, sin considerar su potencial responsabilidad social.
La gobernanza de los bienes comunes exige hoy una aproximación madura entre los tres sectores: el Estado, la iniciativa privada y la sociedad civil. El tercer sector, con su actuación en red, su compromiso con el interés público y su experiencia territorial, puede ser el eslabón catalizador de esta convergencia. La “tragedia de los comunes” no reside en el uso colectivo, sino en la ausencia de diálogo, regulación y educación.
Después de todo, hoy enfrentamos tragedias silenciosas: la contaminación de ríos y mares, el abandono de espacios públicos, el abuso de los datos personales, el deterioro de escuelas y hospitales públicos. No son tragedias de lo colectivo, sino de la falta de gobernanza. Superarlas implica reconocer que la defensa de los bienes comunes no es tarea de un solo sector – es un proyecto colectivo de futuro. Y el tercer sector está en el centro de esa misión.
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